Cada cierto tiempo, después de alguna apresurada rutina post-laboral, y solo cuando su contexto vital lo favorece, el pensamiento profundo de Katy aflora, y le hace recordar ciertas cosas que estaba escondiendo en los recovecos de su fauna mental.
Ahora en particular, luego de llegar a su casa, sacudir la nieve de sus botas, saludar a Woody y a Randal, subir a ponerse ropa más cómoda, bajar a ordenar el sillón, y sentarse, Katy, acompañada siempre por sus perritos, está escuchando su más reciente canción favorita de BTS mientras se enrola un pito. En este acto cotidiano y con el ligero peso de un buen día, Katy se imagina rubia-platina por primera vez en la jornada.
El deseo de tener el pelo casi blanco ha rumiado en su intelecto por tantos años, que teñirse dejó de ser una fantasía alojada en lo más profundo de su corazón, para transformarse en una verdadera batalla intelectual. Un deseo inicialmente movido por pasiones pasó a ser una especie de ensayo político en búsqueda de su tesis. Katy, siempre desde su peli-negrura, ha pensado en todo tipo de teorías de significación, las ha contrapuesto unas contra otras, y las ha considerado desde diferentes disciplinas. Sin embargo, no ha logrado ordenarlas en un discurso coherente, con argumentos sólidos y bajo una tesis con la que pueda alinearse a libre conciencia.
Hace algunas semanas, Katy jugaba a visualizarse en el espejo como una mujer rubia platinada. Es más, tan solo hace algunos días, fantaseaba con la plétora de posibilidades que se le abrirían de tener esa arma secreta dentro de su ecosistema estético. Pero ahora, en este momento, lo que está haciendo Katy es caer en el juego infinito de la prevención: se está imaginando todas las preguntas y comentarios posibles que le podrían llegar a hacer si es que se tiñe el pelo rubio platino. Pero, así como Katy ha logrado adaptar su fantasía a múltiples estados anímicos y emocionales a lo largo de sus estrepitosos años veinte; así como la ha sublimado impulsivamente en visos morados y rosas, en cortes demasiado masculinos para sus estándares, o en peinados ochenteros usando como ungüento moldeador la cera de barba de su hermano homosexual, esta vez, en este estado anímico-emocional, las preguntas posibles que identifica que podrían surgir son abrumadoramente demasiadas.
Acurrucada en su sillón, disfrutando la suavidad de su manta favorita, escuchando en su living a sus ídolos coreanos, fumando con una mano y enredando sus dedos por su alambrada y gruesa cabellera con la otra, Katy consume su tranquilidad pensando en si el rubio platino es un color de pelo que le gustaría a su esposo.
Teñirme de ese color sería un cambio de look muy impresionante para Gabriel.
Katy es consciente de que si no se ha teñido rubia platinada aún, es porque ella es una persona excesivamente mental y su mente está esencialmente trastornada. Como poseedora de un grueso casco pelinegro, ella sabe que el proceso de teñirse sería muy costoso y lento. Estoy dispuesta a pagarlo y a sufrirlo. Su verdadero obstáculo es de carácter intelectual. Esto es una decisión estética y como buena decisión estética, conlleva significados políticos e incluso de clase.
Entonces los problemas de Katy son dos. El primero y principal es que no ha terminado de teorizar cuáles son aquellos significados posibles de su potencial decisión estética. El segundo es un problema de conflicto de interés: su cercanía con el objeto de estudio obstaculiza su capacidad analítica. ¿Qué significa desear ser rubia? ¿Cómo va a interpretar el mundo el que yo en particular me tiña rubia? ¿Iré a poder soportar el impacto de la gente? ¿Habrá algún tipo de impacto siquiera? No poder adelantar esas explicaciones la paraliza, y el sentir sus emociones tan intensamente interrumpen su proceso regular de pensamiento profundo. Vaya novedad: su verdadero enemigo es ella misma y su particular mente. Lo que está construyendo Katy ya no es una fantasía, sino una especie de intelectualización del deseo, que es, a su vez, lo mismo que una red establecida, delineada o prepicada de sobre-pensamientos.
Quizás es demasiado... Woody se da la vuelta sobre su regazo y alborota los deseos de jugar de Randal, el perro menor. Katy, distraída con esta breve interacción, les da besos a ambas de sus criaturas, a quienes ve más negras que nunca. Empujada por la deshidratación producto del THC, se levanta de la comodidad de su sillón para ir a la cocina y servirse un vaso de agua.
En su camino, arropada por su manta, ve su reflexión en el espejo del pasillo y aprovecha a detenerse un par de segundos a observar su pelo. Negro, canoso y podado en forma de una especie de mullet lesbiano. ¡Está confirmado! Teñirse rubia y teñirse más rubia son dos actos muy diferentes: teñirse rubia cuando una tiene el pelo oscuro puede significar muchas cosas… Pero teñirse más rubia cuando ya lo eres por naturaleza siempre denotará neurotipismo. Cosa que Katy no tiene, ni es, ni quiere ser ni tener. Ella, a sus veintinueve años, ya reconoce su divergencia, está bajo tratamiento farmacológico, y sabe que su diagnóstico fue muy tardío porque hay médicos que siguen buscando las neo-histerias en mujeres con déficit atencional.
Katy prosigue hacia la cocina, abre el refrigerador y clava su mirada en una botella de jugo de naranja. Se sirve un vaso, lo deja a un lado, limpia la puerta del refrigerador que recién observó estaba sucia, la cierra olvidando guardar la botella, y se vuelve a sentar en su sillón sin haberse tomado el jugo, sin haber traído el vaso consigo, y logrando permanecer ignorante de ambos olvidos.
Ahora se siente más tranquila y más sedada. Ambas sensaciones le permiten hundirse en su sillón y continuar su ensayo mental. Teñirse rubio cálido y platino también son actos muy diferentes. Hay algo antinatural del platino como lo hay en el rosado, o en el verde. Al fin y al cabo, pelo rosado, pelo verde y pelo platino significan lo mismo: interrumpir la estabilidad de los demás gritándoles que padeces de un trastorno psiquiátrico. ¡Es más! Las ventajas de ser rubia plati… El prepotente deseo de escuchar “Black Swan” de BTS interrumpe el desarrollo de su argumento. Katy levanta su celular, pone la canción en repeat y se deja llevar por la calidez de su manta, por lo espacioso de su living y por otras bondades obtenidas por ser una mujer profesional con trabajo asalariado –sí– pero también por estar casada con un ingeniero.
El espacio libre de su casa es algo a lo que Katy aún no se acostumbra. Como sobreviviente de una familia de seis, todos habitando en una casa pequeña de alguna villa fiscal de la comuna de El Bosque, reconoce de inmediato que su casa en Punta Arenas es un privilegio inédito en su vida. Cuando niña, como la primogénita de cuatro hermanos, después del liceo acompañaba a su mamá a vender periódicos afuera de distintos supermercados en Las Condes. Ahora, es profesora de lenguaje en un colegio privado de una de las ciudades más remotas del mundo, se viste de adulta responsable y le enseña a sus estudiantes la importancia del lenguaje simbólico en la narrativa de Clarice Lispector. Ahora me dicen “miss”, vocativo que Katy interpreta como una forma muy siútica de representar cierto progreso; cierta percepción de ascenso que le provoca un fugaz destello de rubiedad.
Woody y Randal se levantan del sillón a ladrarle a la ventana. Katy los persigue con la mirada y piensa en Gabriel. La sospecha de su arribo a casa se confirma con el sonido de las llaves en el picaporte, con la visión del rostro sonriente de su esposo y con el ritmo de un dulce “Hola mi amor. Qué linda te ves”.